viernes, 24 de agosto de 2007

Viajes I.

Un proverbio chino –o quizá un simple delirio- sostiene lo siguiente: a mayores obligaciones laborales, mayor intensidad para imaginar viajes exóticos. Sucedió que en mi juventud trabajé mucho (mucho) y a medida que mis patrones me cargaban la espalda, yo imaginaba que le hacía un surco a un brazo del Amazonas. Entonces, a medida que los clientes de mi jefe (que enriquecían su bolsillo y apenas le hacían una cosquilla al mío) demandaban más horas de oficina, yo imaginaba la temperatura del agua, podía sentir el calor sobre las planchas de madera de mi embarcación, notaba que la transpiración bajaba en gotas de sal sobre mi boca.

Con el tiempo, estos lugares imaginarios se llenaron de plantas, árboles, animales salvajes; comencé a hacer una choza, en cuya construcción avanzaba cada vez que el tedio laboral me llevaba a mi viaje. La choza tuvo primero una estructura rústica de cañas, luego obtuvo un techo, una pequeña puerta, reservas de agua dulce del río, un lugar para dormir en la sombra fresca. Sucedía a menudo que la flora y fauna no tenía un correlato en el mundo de las ciencias, ya que los árboles reunían elementos de muchos árboles, los mamíferos se prestaban rasgos, e incluso los paisajes compartían atributos.

Construí así, tras largas horas de trabajo tedioso, paisajes alpinos con ríos amazónicos, sierras cordobesas (que apenas conozco) con desierto, llanura pampeana y playas caribeñas. Los animales claramente no existen en ningún mundo salvo en éste. Las aves tenían cara de vaca, los peces tenía a veces alas y a veces piernas, las víboras eran amigables y tocaban guitarras de caña.

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