martes, 25 de agosto de 2009

Ansia de las bailadoras.

En el Sótano de las Bailadoras todo está dicho.

Las bailadoras bailan, los parroquianos se emborrachan, el dueño cobra.

Pero el equilibrio, que es frágil, se altera si una bailadora pierde una sandalia, que cae del escenario sobre la mesa de un hombre solo que no cree que el calzado pueda oler tan bien. Y mientras los borrachos se despabilan y el dueño cubre el mes, las otras bailadoras ya se distrajeron, sin llegar a tropezar, pero erráticas y tímidas, como si fueran humanas y corrientes.

Y el dueño sabe que esto sólo puede empeorar, que cuando una bailadora vuelve al camarín –detrás del escenario- las demás la siguen, y sin bailadoras aquel lugar es sólo un sótano que no pernocta, con su hombres frente a copas quietas.

Qué queda para el resto si ellas, las bailadoras, se han ido, o si en vez de subir al escenario se sentaran a emborracharse con los demás.

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