Lo cierto es que Atilio esperaba estos días como si fueran tesoros en el almanaque. No quisiera perderme ni un día de lluvia, decía. Su reclusión era pacífica. Se encerraba en su casa del Tigre, preparaba las frazadas si era invierno, se aprovisionaba, elegía los libros. Ayer, más de treinta años después, comprobé que Sosa, mi gata, durmió siete horas sobre un sillón, tapándose los ojos lagañosos con sus pezuñas. Atilio hacía algo parecido pero sin dormir tanto. Experimentaba. Decía observar cómo se sentía cuando llovía así, recluido de toda actividad salvo tomar mate y leer. Y mirar por la ventana. Él ya había emprendido su viaje literario. Su extrapolación. Yo intentaba seguirlo pero nunca pude hacerlo por completo. Quizá sólo muchos años después.
Un febrero llovió. Recordando a Atilio presté atención a los verdes, al mumurllo del agua que escapa, al olor a tierra mojada. Quisiera ser un poco más como Sosa (el gato) y como Atilio (el poeta) y hacer de un día de lluvia como éste una epifanía, y no sólo tecla tecla tecla.
4 comentarios:
la epifanía va por dentro don ag, la epifanía va por dentro.
No desmerezca tecla tecla tecla.
No cuando son estas teclas, sus teclas.
Ahora cada vez que llueve me acuerdo que usted se va a poner contento y sonrio
Les agradezco a ambas: será la edad, o no sé qué, pero me emocionan.
Gómez, usted se rodea de gente bonita. Yo ya tengo a mi Tjasa.
Lo que escribió sobre Atilio y Sosa es muy lindo. Me gustó realmente.
Lo saluda,
SZ
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