A pedido de una lectora que imagino febril y tanguera me puse a revisar los antiguos textos de Paula y Tulio, que más que antiguos intentan ser atemporales. Considero que escribir algo atemporal es demasiado ambicioso y hasta arrogante, pero es la única forma en que imagino que estas dos personas pueden cruzarse en este tremendo lapso, i.e. en esta vida.
Prefiero que sea una casualidad que esta mujer, a la que imagino cruzando una calle mojada –abrazada a un hombre-, haya relatado justo como yo imaginaba a Tulio y a Paula, o bien caminando por Buenos Aires o por una playa que no vi nunca.
Entonces una febril lectora que pasaba por acá hizo sus propios dibujos y yo me enchastré de una historia ajena, tan ajena que podría ser la historia de Paula y Tulio, desencontrados y amándose por teléfono público, inevitablemente separados –a veces por la geografía, otras por algo mucho peor: el tiempo. Y lo que me lleva a escribir este enchastre propio es que imaginé el cuarto y la cama, la sábana fija como mármoles esculpidos, el perro del vecino y un desayuno apurado; imaginé un paso de baile y una pose tanguera que descoloca los ojos; un vestido, una tela que no sentí, el peso de otra mano, una mano nueva y aún (como todo esto) imaginada. Y haberla leído, haberme ensuciado con los charcos de Corrientes o Córdoba, haber pensado que quizá también para ella estuvo lloviendo, que para ella (una lectora) también de repente anocheció y quizá mejor no dormirse solo, total siempre que amanece las cosas se pueden arreglar.
No puedo revolver más que esto, que es lo primero que ni siquiera se me cruza por la cabeza, que ya está en las manos con las que escribo la cara y las manos, escribo la cocina de esa casa donde vive una mujer que conoció a Paula y a Tulio, y que entre sus propias mancha, leyó esa historia y se lamentó como sólo se lamentan algunos cuando está lloviendo y aparece Junio en todo su atroz esplendor. Usted, mujer de gran pasión, dejó una carta que me alucinó de ficción, y no puedo menos que contestarle de esta manera amorfa y desarticulada. La pureza del desorden, del apuro, del riacho barroso que arrastra lo que hay en el camino y es ante todo un clima, una intensidad, una fuerza poco sutil. Poco serena. Sus palabras me quitaron de la serenidad y me llevaron a pensar en Paula, a amar a Paula aunque ella esté del otro lado (de la tribuna, del Atlántico, del teléfono), y no sé cómo agradecerle el gesto que yo tomo como una bendición anónima, de esas que creí que no existían más por estos tiempos.
Y esta mujer que sólo puedo imaginar habla como si la vida en Buenos Aires (la vida de todos) perteneciera a la Tremenda Crónica, a un Tremendo Diario que se va componiendo de los diarios de quienes intentan relatar su pequeña porción de vida, el Diario que se queda con las noches y las tardes, con los bancos de las plazas y las caminatas, con las librerías y los insultos en una esquina. Y quizá sea posible que el Tremendo Diario devuelva lo que se lleva. Pero para eso, según entiendo yo, hay que tener la valentía y la voluntad de la evocación. Y eso, querida Luciana, no es poca cosa. ¿verdad?
Prefiero que sea una casualidad que esta mujer, a la que imagino cruzando una calle mojada –abrazada a un hombre-, haya relatado justo como yo imaginaba a Tulio y a Paula, o bien caminando por Buenos Aires o por una playa que no vi nunca.
Entonces una febril lectora que pasaba por acá hizo sus propios dibujos y yo me enchastré de una historia ajena, tan ajena que podría ser la historia de Paula y Tulio, desencontrados y amándose por teléfono público, inevitablemente separados –a veces por la geografía, otras por algo mucho peor: el tiempo. Y lo que me lleva a escribir este enchastre propio es que imaginé el cuarto y la cama, la sábana fija como mármoles esculpidos, el perro del vecino y un desayuno apurado; imaginé un paso de baile y una pose tanguera que descoloca los ojos; un vestido, una tela que no sentí, el peso de otra mano, una mano nueva y aún (como todo esto) imaginada. Y haberla leído, haberme ensuciado con los charcos de Corrientes o Córdoba, haber pensado que quizá también para ella estuvo lloviendo, que para ella (una lectora) también de repente anocheció y quizá mejor no dormirse solo, total siempre que amanece las cosas se pueden arreglar.
No puedo revolver más que esto, que es lo primero que ni siquiera se me cruza por la cabeza, que ya está en las manos con las que escribo la cara y las manos, escribo la cocina de esa casa donde vive una mujer que conoció a Paula y a Tulio, y que entre sus propias mancha, leyó esa historia y se lamentó como sólo se lamentan algunos cuando está lloviendo y aparece Junio en todo su atroz esplendor. Usted, mujer de gran pasión, dejó una carta que me alucinó de ficción, y no puedo menos que contestarle de esta manera amorfa y desarticulada. La pureza del desorden, del apuro, del riacho barroso que arrastra lo que hay en el camino y es ante todo un clima, una intensidad, una fuerza poco sutil. Poco serena. Sus palabras me quitaron de la serenidad y me llevaron a pensar en Paula, a amar a Paula aunque ella esté del otro lado (de la tribuna, del Atlántico, del teléfono), y no sé cómo agradecerle el gesto que yo tomo como una bendición anónima, de esas que creí que no existían más por estos tiempos.
Y esta mujer que sólo puedo imaginar habla como si la vida en Buenos Aires (la vida de todos) perteneciera a la Tremenda Crónica, a un Tremendo Diario que se va componiendo de los diarios de quienes intentan relatar su pequeña porción de vida, el Diario que se queda con las noches y las tardes, con los bancos de las plazas y las caminatas, con las librerías y los insultos en una esquina. Y quizá sea posible que el Tremendo Diario devuelva lo que se lleva. Pero para eso, según entiendo yo, hay que tener la valentía y la voluntad de la evocación. Y eso, querida Luciana, no es poca cosa. ¿verdad?
3 comentarios:
Gracias, álvarez, no se imagina como me conmovió... Aunque vacío de emoción frente a lo que estoy sintiendo, es todo lo que puedo decirle hoy, me quedé sin palabras… cuando el llanto me de una tregua y pueda regresar el mundo voy a buscar mis palabras para hablar con usted. A lo mejor tendré que ir a San Telmo a recuperarlas, porque me las robaron el lunes por la mañana.
Búsquelas en San Telmo. Quizá también se cruza conmigo.
Ando por el barrio aquel.
De todas formas, espero sus palabras.
AG
Disculpen, pasaba por aca y me conmovi de rebote... Les soy sincero, no fueron los textos (confieso, casi en forma de susurro, que no estan entre mis preferidos), no fueron las imagenes evocadas, ni siquiera el perro de al lado con una buena patada en el hocico.
Fueron estos 2 comentarios, este punto de encuentro en nuestro universo caracterizado por la auscencia, la distancia y la nada...
permitanme brindar con licor de compacion por las caricias textuales de una tal "LU" y un don "ALVAREZ GOMEZ"...
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