miércoles, 4 de abril de 2007

Taller de Indiferencia

De la mano de Atilio Fuentes, El Centro de Estudios Siniestros (CES) abrió en 1965 su Espacio de Actividades. La que inauguró el corto y próspero ciclo fue el Taller de Indiferencia, coordinado por el Poeta de Tigre. Su fiel servidor, Álvarez Gómez, lo ayudó a acomodar las sillas.

Numerosos traspiés amorosos hicieron de Atilio un erudito en temas de pareja. Además, habiendo emprendido ya hacía algún tiempo su viaje literario, Atilio había cobrado una elegancia mística que despertaba interés en sus conocidos. Todos, incluido yo, venían a pedirle consejos a él, que él daba fumando tranquilo con la vista clavada en el horizonte. Para estos temas siempre es bueno mirar líneas horizontales, decía, y aquello parecía irrefutable.

El Taller de indiferencia surgió de un boceto que Atilio escribió en un bar de la calle Libertad, la noche que conoció a Morelia. El desencanto con las mujeres puede ser profundamente poético, decía él, sólo hay que saber aprovecharlo. La mayoría de los mortales, incluido yo, no logran notar los beneficios del desencanto, y en vez se estrellan una y otra vez con los mismos obstáculos, más o menos diluidos en vino.

A partir de esa noche epifánica, Atilio fue intachable con las mujeres. Se prometió mantener una relación tan distante que fuera imposible que una mujer le provocara malestar. Tengo que decir que lo logró, y que en adelante tuvo el amor de muchas mujeres que se acercaban a él como desde una orilla lejana. En ese contexto hizo real el boceto del Taller de Indiferencia.

Acompañé a Atilio a una feria Americana, donde compró doce sillas de madera. Un talabartero amigo les instaló un cinturón con un candado. Los primeros participantes del Taller se sorprendieron de su efectividad. La actividad era ante todo pasiva. Los ingresantes tomaban asiento en las sillas, eran debidamente atados y supervisados por Atilio (quién se quedaba con las llaves de los candados) y en una pantalla en el frente de la habitación se proyectaban películas de Francois Truffaut donde se enfatizara la soberbia naturaleza de las mujeres. El objetivo principal era impedir que los participantes telefonearan a las mujeres que les habían roto el alma con un portazo. Se pagaba por día y tengo el recuerdo de que la comida era buena. Los participantes sólo se levantaban para ir al baño, y eran acompañados por Atilio, quien en el trayecto les hacía unas breves preguntas irrelevantes. Podían quedarse todo el tiempo necesario, aunque Atilio afirmaba –basándose en los preciso estudios del CES- que menos de una semana de indiferencia no servía para nada.

Para poder interrumpir el taller los alumnos debían entrevistarse en forma privada con Atilio, y convencerlo de que era imperativo ponerse en comunicación con tal o cual mujer. O bien prometerle que el alumno estaba en condiciones de mantener la indiferencia sin la asistencia del Taller. En general, lo alumnos que finalizaban el curso mínimo de una semana salían corriendo al teléfono público de la esquina. Al notar esto, Atilio lo destruyó con un bate de madera, quizá pensando en Morelia.

3 comentarios:

SISIFO dijo...

DEBO CONFESAR, SIN NECESIDAD DE UN CALIBRE 38, QUE ME GUSTO MUCHO ESTE TEXTO.
BRINDO POR ELLO, MIENTRAS ME DESESPERO POR NO LLAMAR A SOLEDAD..

Álvarez Gómez dijo...

No señor, no la llame. Se va a arrepentir.

eso aprendí de Atilio.
Yo, Álvarez Gómez, diría: llámela, invitela a un café, y mirela revolver con la cucharita. Acaso no es hermosa?

SISIFO dijo...

LO ES, MI SEÑOR, LO ES...
DICULPE SI ME PASO DE CONFIANZUDO, PERO YA SIENTO QUE LO QUIERO EN MI EQUIPO DE BOCHAS..