lunes, 30 de abril de 2007

Vociferaciones Atílicas

Atilio decía más o menos esto. No escribir a menos que exista una razón fundamental. No escribir porque es lindo o entretenido, o porque hay lectores, o por alguna obligación impuesta. Antes todo, decía Atilio, escribir es manifestarse, y a no ser que fuera imperativo o necesario, recomienda no manifestar demasiado. Lo considera soberbio: ¿por qué alguien debería decir algo siempre? ¿Con qué tupé una persona se arroga la labor de interpretar y escupir esa interpretación a los demás. No a la demagogia de gargajo. No a la escupida sintáctica. Atilio pasó muchos años de silencio, abocado a la no escritura de sus ideas, a la maduración, a la calma. Escribir es anárquico y anarquizante. Escribir enloquece, aturde. Obnubila. No siempre hay que escribir. Eso dijo Atilio, eso le entendí después de muchos años de amistad y de camino juntos.
La diferencia entre él y yo es que en mis momentos de confusión he seguido escribiendo, dando a luz a las peores masacres literarias. Mientras él, cuando perdía el rumbo, cebaba mate tranquilo. Allí radica la diferencia entre él, Poeta de Tigre, y yo, su servidor, Álvarez Gómez.

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