Eternidad de la Tarde.
A veces, como hoy, entre la una y las cinco de la tarde puedo experimentar la eternidad. La sensación es del todo confusa y confundible con la lentitud. Sin embargo, no tengo dudas de que se trata de una forma de eternidad. Que haya nevado en Córdoba y me haya enterado desde la bañadera, que en Buenos Aires cayera aguanieve, que la luz del día fuera tan opaca como escasa, esos elementos le pertenecen (le pertenecieron) a esta tarde en particular. La condición de eternidad cruza todas las tardes, es la evocación de la sensación de que sea la tarde, y por ende no es demasiado fácil de describir. Sobre todo, ni siquiera es necesario describirla.
La rebeldía o la insensatez, sin embargo, me llevan a asociar (qué cosa más linda que tejer vínculos posibles), decía que me llevan a asociar a esta tarde con la Tarde Eterna, que si bien tiene una duración aproximada de cuatro horas y pico, su duración es expandible. La idea no es nueva. Tengo pocas ideas y un gran palo de amasar. La eternidad es finita. Digo lo siguiente, en el epílogo de la Eternidad: no es incoherente decir que la Eternidad tiene duración. Es la afirmación más noble.
Sobre por qué digo que hablo desde el epílogo: el fuego que estuvo encendido (qué llamas, qué primitivo placer), parece estar apagándose; la luz se atenúa; la frazada está sobre el sillón, y en ella permanecen las marcas de la Eternidad, de haber envuelto un concepto tan vasto como increíble. En este sentido, si la eternidad es ante todo horizontalidad sobre un sillón, entonces la Eternidad puede envolverse, magnífico panqueque de tiempo, y qué cosa tan triste verme fuera de esa envoltura tibia, verme acá, nacido y existente, con la maniática voluntad de incorporar a mi diario estas reflexiones, como si lo único que fuera a calmarme de ser mortal sea (al menos) poder escribir sobre eso.
En cierto momento –en general los fines de semana- sucede que en una cola de supermercado dos personas cruzan miradas y en ellas se transmite la certeza (absoluta) de que ante todo los humanos están haciendo tiempo antes de. Y quién me va a calmar si digo esto (considérese que este cuarto está casi a oscuras, que el fuego crepita pero sin arrancar, que el frío amaga meterse en mi camiseta). Nadie va a calmar a nadie. Para evitar la certeza aquella, la certeza de que ciertas tardes son ante todo la penosa transición de una hora hacia la próxima, para eso existen grandiosos entretenimientos, fábulas titánicas, pensamientos bellos, apasionamientos artísticos, cinismo, ciruelas, todo tipo de fruta en almíbar, películas de más de dos horas, frazadas (claro) y sus consecuentes delirios de Eternidad. Existen amores, súbitos dadores de alegría, existen viajes a la Nieve, existe amarte amarte amarte y ningún ruido extraño, ninguna señal que temer, existe el debate –el siniestro debate- entre los vivos que saben que viven y no dan ni una señal de preocupación ante las tardes que se van. Sólo existe esa discusión, el arte y la música vienen a decorarla. Nosotros, cómo duele decirlo, nosotros decoramos el tiempo con ridiculeces.
Y en el debate espero que gane la ilusión. Qué bien suena esa infantilidad, téngase en cuenta que detrás de mi espalda (vertebrada, llena de tendones) cae nieve en Buenos Aires. O quizá no sea nieve y algún meteorólogo no pueda creerlo, no pueda entender la tarde y la poesía que la tarde le regala al poder explicar el fenómeno que para mí es una tremenda carcajada, un argumento más en la discusión de si mantener la cordura (cueste lo que cueste, yendo a la universidad, comprando un perro) o si mejor perderla al ritmo de los días y de sus hermosos recovecos. La nieve es nieve nieve, la veo caer cuando giro mi espalda (llena de vértebras) y quién iba a decir que nevara. El gato maúlla. Y yo, en una soledad primitiva, escribo escribo escribo haciéndole a esta tarde un homenaje que mañana probablemente no tenga sentido, o tenga otro, o se vaya diluyendo (metáfora de copo de nieve que se derrite). Metáfora de frazada y tibieza + metáfora de tapiz y entrecruzamiento + duda de si incluir signos matemáticos en este azar + duda de si incluir comentario sobre lo que me gusta la palabra azar, sobre todo su zeta. Duda de si la zeta me gusta porque está al final del alfabeto, o simplemente es un tema gráfico, su dibujo. Comentario sobre la nieve que cae. Comentario sobre la nieve que cae en Córdoba. Comentario sobre una palmera nevada, sobre una voz de mujer, un posible viaje, sobre que no no no, los principios no son todos iguales, sobre lo nuevo y la novedad, sobre el calor de tu boca, sobre el revelamiento de información, sobre que no puedo ocultar, sobre que se me está derramando todo acá arriba, sobre la tecnología y la poética de los teclados de computadora, sobre la nieve que cae cae cae, sobre cómo copio recursos de autores de los que leí dos libros.
Entonces, hacia la mitad de la segunda página, el fin del texto, revelo que este texto se está terminando (de construir) y anuncia con gratitud y alegría que quizá el próximo punto sea el último. Y todo suena ingenioso, todo parece una artimaña maña maña, pero qué bien, el recurso de integrar al lector y que se sienta parte. Y blasfemo contra mí, purificación de mi persona, y ante todo explico que de todas maneras leer un texto es ponerle el cuerpo, y ponerlo de manifiesto es ante todo una aclaración interesante; sobre todo cuando escribir así me hace tener menos frío, me hace sentir acompañado, y más todavía porque el gato bajó las escaleras con su habitual majestuosidad y se acerca a mí (después de haberme rechazado toda la tarde) porque debe haber sentido que el Apocalipsis felino estaba aproximándose. Y mirenlá, gata fantasmal, si acaba de ir a abrir y cerrar sus pezuñas (recuerdo de petuñas de la infancia, o eran violetas, que eran violetas, recuerdo de bolsas de tierra, recuerdos furiosos); y no lo van a creer pero la gata se durmió. El apocalispsis cabalgaba hacia su esqueleto y ella tomó la sabia decisión de eternizarse. ¿Quién arma esta coreografía, alguien me dice? Explicación y crítica de la frase de recién: qué bien, cómo el autor invoca a la divinidad, qué uso del humor, que lindo que lindo es todo. Explico la fórmula de este texto, por si la quieren usar: frase + frase sobre la frase + frase + frase sobre la frase, ¡oh el metatexto!, que tibia idea (la única que tengo), que las cosas no son sino lo que interpretamos de las cosas, hasta cuándo la misma masa seguirá dándome de estos buñuelos: Atilio, ¿querés buñuelos? Un horno magnífico, lleno de buñuelos, bandejas de buñuelos, buñuelitos, bu-ñue-los, ¿ven la impotencia del texto escrito? ¿Cómo hay que leer las palabras separadas? ¿No es un tema de entonación?
El fuego está encendido; el gato duerme hecho un caracol. El fin de la Tarde Eterna.
A veces, como hoy, entre la una y las cinco de la tarde puedo experimentar la eternidad. La sensación es del todo confusa y confundible con la lentitud. Sin embargo, no tengo dudas de que se trata de una forma de eternidad. Que haya nevado en Córdoba y me haya enterado desde la bañadera, que en Buenos Aires cayera aguanieve, que la luz del día fuera tan opaca como escasa, esos elementos le pertenecen (le pertenecieron) a esta tarde en particular. La condición de eternidad cruza todas las tardes, es la evocación de la sensación de que sea la tarde, y por ende no es demasiado fácil de describir. Sobre todo, ni siquiera es necesario describirla.
La rebeldía o la insensatez, sin embargo, me llevan a asociar (qué cosa más linda que tejer vínculos posibles), decía que me llevan a asociar a esta tarde con la Tarde Eterna, que si bien tiene una duración aproximada de cuatro horas y pico, su duración es expandible. La idea no es nueva. Tengo pocas ideas y un gran palo de amasar. La eternidad es finita. Digo lo siguiente, en el epílogo de la Eternidad: no es incoherente decir que la Eternidad tiene duración. Es la afirmación más noble.
Sobre por qué digo que hablo desde el epílogo: el fuego que estuvo encendido (qué llamas, qué primitivo placer), parece estar apagándose; la luz se atenúa; la frazada está sobre el sillón, y en ella permanecen las marcas de la Eternidad, de haber envuelto un concepto tan vasto como increíble. En este sentido, si la eternidad es ante todo horizontalidad sobre un sillón, entonces la Eternidad puede envolverse, magnífico panqueque de tiempo, y qué cosa tan triste verme fuera de esa envoltura tibia, verme acá, nacido y existente, con la maniática voluntad de incorporar a mi diario estas reflexiones, como si lo único que fuera a calmarme de ser mortal sea (al menos) poder escribir sobre eso.
En cierto momento –en general los fines de semana- sucede que en una cola de supermercado dos personas cruzan miradas y en ellas se transmite la certeza (absoluta) de que ante todo los humanos están haciendo tiempo antes de. Y quién me va a calmar si digo esto (considérese que este cuarto está casi a oscuras, que el fuego crepita pero sin arrancar, que el frío amaga meterse en mi camiseta). Nadie va a calmar a nadie. Para evitar la certeza aquella, la certeza de que ciertas tardes son ante todo la penosa transición de una hora hacia la próxima, para eso existen grandiosos entretenimientos, fábulas titánicas, pensamientos bellos, apasionamientos artísticos, cinismo, ciruelas, todo tipo de fruta en almíbar, películas de más de dos horas, frazadas (claro) y sus consecuentes delirios de Eternidad. Existen amores, súbitos dadores de alegría, existen viajes a la Nieve, existe amarte amarte amarte y ningún ruido extraño, ninguna señal que temer, existe el debate –el siniestro debate- entre los vivos que saben que viven y no dan ni una señal de preocupación ante las tardes que se van. Sólo existe esa discusión, el arte y la música vienen a decorarla. Nosotros, cómo duele decirlo, nosotros decoramos el tiempo con ridiculeces.
Y en el debate espero que gane la ilusión. Qué bien suena esa infantilidad, téngase en cuenta que detrás de mi espalda (vertebrada, llena de tendones) cae nieve en Buenos Aires. O quizá no sea nieve y algún meteorólogo no pueda creerlo, no pueda entender la tarde y la poesía que la tarde le regala al poder explicar el fenómeno que para mí es una tremenda carcajada, un argumento más en la discusión de si mantener la cordura (cueste lo que cueste, yendo a la universidad, comprando un perro) o si mejor perderla al ritmo de los días y de sus hermosos recovecos. La nieve es nieve nieve, la veo caer cuando giro mi espalda (llena de vértebras) y quién iba a decir que nevara. El gato maúlla. Y yo, en una soledad primitiva, escribo escribo escribo haciéndole a esta tarde un homenaje que mañana probablemente no tenga sentido, o tenga otro, o se vaya diluyendo (metáfora de copo de nieve que se derrite). Metáfora de frazada y tibieza + metáfora de tapiz y entrecruzamiento + duda de si incluir signos matemáticos en este azar + duda de si incluir comentario sobre lo que me gusta la palabra azar, sobre todo su zeta. Duda de si la zeta me gusta porque está al final del alfabeto, o simplemente es un tema gráfico, su dibujo. Comentario sobre la nieve que cae. Comentario sobre la nieve que cae en Córdoba. Comentario sobre una palmera nevada, sobre una voz de mujer, un posible viaje, sobre que no no no, los principios no son todos iguales, sobre lo nuevo y la novedad, sobre el calor de tu boca, sobre el revelamiento de información, sobre que no puedo ocultar, sobre que se me está derramando todo acá arriba, sobre la tecnología y la poética de los teclados de computadora, sobre la nieve que cae cae cae, sobre cómo copio recursos de autores de los que leí dos libros.
Entonces, hacia la mitad de la segunda página, el fin del texto, revelo que este texto se está terminando (de construir) y anuncia con gratitud y alegría que quizá el próximo punto sea el último. Y todo suena ingenioso, todo parece una artimaña maña maña, pero qué bien, el recurso de integrar al lector y que se sienta parte. Y blasfemo contra mí, purificación de mi persona, y ante todo explico que de todas maneras leer un texto es ponerle el cuerpo, y ponerlo de manifiesto es ante todo una aclaración interesante; sobre todo cuando escribir así me hace tener menos frío, me hace sentir acompañado, y más todavía porque el gato bajó las escaleras con su habitual majestuosidad y se acerca a mí (después de haberme rechazado toda la tarde) porque debe haber sentido que el Apocalipsis felino estaba aproximándose. Y mirenlá, gata fantasmal, si acaba de ir a abrir y cerrar sus pezuñas (recuerdo de petuñas de la infancia, o eran violetas, que eran violetas, recuerdo de bolsas de tierra, recuerdos furiosos); y no lo van a creer pero la gata se durmió. El apocalispsis cabalgaba hacia su esqueleto y ella tomó la sabia decisión de eternizarse. ¿Quién arma esta coreografía, alguien me dice? Explicación y crítica de la frase de recién: qué bien, cómo el autor invoca a la divinidad, qué uso del humor, que lindo que lindo es todo. Explico la fórmula de este texto, por si la quieren usar: frase + frase sobre la frase + frase + frase sobre la frase, ¡oh el metatexto!, que tibia idea (la única que tengo), que las cosas no son sino lo que interpretamos de las cosas, hasta cuándo la misma masa seguirá dándome de estos buñuelos: Atilio, ¿querés buñuelos? Un horno magnífico, lleno de buñuelos, bandejas de buñuelos, buñuelitos, bu-ñue-los, ¿ven la impotencia del texto escrito? ¿Cómo hay que leer las palabras separadas? ¿No es un tema de entonación?
El fuego está encendido; el gato duerme hecho un caracol. El fin de la Tarde Eterna.
10 comentarios:
A veces, sucede. Los hilos siempre caprichosos del destino hilvanan realidades, y aquí, como testigos, abrimos los ojos para que el mundo sepa que ha llegado la sorpresa. Inútil es recorrer el camino inverso.
Lo cierto es que aquí estoy, diciendo todo esto. Sorprendido ante alguna sucesión suya de palabras. Avisándole que voy a felicitarlo en la próxima línea.
Lo felicito.
Y usando esta otra línea para retirarme. Dejándole, claro está, un afectuoso saludo.
terrible coincidencia, para mi tambien fue una eterna tarde, con nieve y con un gato durmiendo. Creo que todos los lunes feriados de invierno tienen tardes eternas, eso si, nunca podria haberlo contado como ud.
lo felicito y mucho
NO me gusta el frío, y por lo tanto no me gusta la nieve. Y tampoco me gustan los gatos. Pero sé que tienen algo de bueno ambos: ayudarlo a producir un texto como este. Demás está decir que me gustó mucho.
Recuerdo tardes eternas, como las que había en mi casa en Lomas, en invierno, con mi madre cocinando panqueques con dulce de leche y crema, y nosotros tres ayudando en lo que podíamos, y todos sentados a la mesa parloteando por horas y horas. La eternidad de esos momentos era hermosa. Distinta a la de ayer, cuando me esforzaba para no quedar como W. Disney adentro de mi propia casa. La eternidad de ayer no me resultó grata.
Salutes AG. Siempre un placer leerlo.
Estimado Pezlampo, qué bueno que ha pasado por aquí. Ciertamente son hilos caprichosos.
Lo, buena coincidencia.
Lau, conozca las gratitudes del frío.
Saludos invernales,
AG
su vida, alvarito, es una meta vida.
q bueno.
lo felicito.
Goma, gracias por ese comentario.
Se curó de los mocos?
Un texto fabuloso.
La desesperación le sienta muy bien Álvarez.
Saludos.
Emiliano, gracias por dar señales. No deje de venir a visitarme, le ruego.
ahora veo en que se entretubo mientras no nos presentabamos...
me negue el gato.. tube que salir a caminar. no por que sintiera que debia pertenecer a la incertidumbre colectiva (saque fotos de gente sacando fotos), no por que me desesperace el desconocimiento del efecto invernadero, la capa de ozono, los vapores fabriles o las bombitas de olor (realmente desconozco si lo de ese dia debe llamarlos la atencion y hojear enciclopedias del medio ambiante)...
sali a caminar por que algo que esperaba se habia suspendido... no tenia tiempo en que ocuparlo y ya habia andado muchas veces bajo la lluvia..
descubri algo:
los porteños no saben tener frio. no encontre la menor dosis de glamour en la vestimenta y el andar de los transeuntes...habia silencio, habia expresiones de aaahhh... lo que mas me llamo la atencion fue un grupo de rusos que sacando pecho reian a carcajadas, sintiendose superiores... lo eran.
Cómo me gusta el frío.
Publicar un comentario